miércoles, 10 de abril de 2013

La primera página de la novela:


Aquella maravillosa playa que había sido testigo de grandes momentos de mi vida, estaba a punto de presenciar otro más… esta vez mucho más triste, más doloroso. Un ritual que pondría fin a una etapa de mi vida, la que me había llevado a acumular los buenos recuerdos de aquel lugar, dando paso a otra incierta, que me alejaba de allí.Llevaba un buen rato sentada sobre la oscura arena, mirando al horizonte, mientras el viento mecía mi pelo y secaba mis lágrimas con dulzura antes de caer. Ese era el único consuelo que tenía: el viento, el mar, mi playa, en la que hacía apenas dos meses había estado con él.Mi vida durante ese tiempo, había cambiado del mismo modo que el paisaje de aquel lugar. Pasando de estar rodeada de gente, a casi la soledad absoluta. Las olas, silenciadas en verano por las entremezcladas conversaciones de la gente, ahora anunciaban a viva voz su llegada a tierra con una relajante y acompasada melodía. Las gaviotas graznaban, llorando sus lágrimas de sal, y desplegaban las alas para dejarse llevar a merced del viento. Sólo había dos grupos de personas resguardados entre las rocas y un niño que intentaba dominar su cometa acunada libremente por la brisa. Así, del mismo modo que él había volado de mi vida, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.Estreché con fuerza contra mi pecho la caja que contenía las cenizas. Tenía que hacerlo, le había prometido que así lo haría. Debía esparcirlas lo antes posible y huir de allí antes de que la pena se apoderase de mí por completo. Los recuerdos se agolpaban en mi mente e intentaban salir al exterior en una explosión de gritos y lágrimas. Esta era su última voluntad, pero cuando me lo pidió no contaba con que me haría sufrir tanto.El niño de la cometa comenzó a caminar hacia mí. Cuando llegó a mi lado, su rostro se me antojó familiar y él mismo hizo que cayese en la cuenta.—¡Hola! Te conozco, ¡tú eres su novia! Vi como os besabais en verano —dijo con cierta vergüenza. Román le había enseñado a volar la cometa—. ¿Él no va a venir? —preguntó, extrañado, con tanta naturalidad que estuve a punto de echarme a llorar.
—No. Él ya no está conmigo —contesté, intentando esbozar una sonrisa para ocultar mi estado.Me levanté y le acaricié la cabeza y él me devolvió una tímida mueca que escondía cierta tristeza. Comencé a caminar lentamente hacía la orilla del mar, a un lugar lo suficientemente apartado para tener intimidad. Armándome de valor, abrí la caja y dejé caer las cenizas lentamente. Las olas se encargaron de esparcirlas según se posaban en el agua. Con ellas dejé escapar los recuerdos del verano que había marcado mi vida para siempre.

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